
En 1921 condenaron a muerte al anarquista Olewsky por haber puesto una bomba en la puerta de un cuartel. Cumplía el arresto en
-Fusílenlo nomás, che.
Luego se fue de riguroso incógnito con algunos ministros a una farra en una boite de la costa, hasta últimas horas de la noche.
Al regresar a su casa el Presidente no pudo conciliar el sueño. ¿Remordimiento? En absoluto. La imagen de Olewsky ya se había borrado de su memoria. Se levantó, tomó bicarbonato, se volvió a acostar. Siguió sin poder dormirse. En el brumoso duermevela se le apareció de pronto, la imagen de la madre del condenado tal como la había visto la tarde anterior, de rodillas, implorando por la vida de su hijo. Luchó algunos minutos con su conciencia que recién parecía atreverse a reprocharle su inflexibilidad. Dudó. Eran las seis de la mañana cuando tomó el teléfono.
En el patio de
Esto ocurrió, como dije, en
Las balas suspendidas en el aire, algo oxidadas, pueden verse aún hoy ya que las proteje un cerco de ligustros. Un cartel dice: "Prohibido tocar las balas".
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